lunes, 29 de septiembre de 2008

Blimunda

Yo veo detrás de tus ojos. Yo soy Blimunda. Puedo ver a través de tu carne, dentro de tus huesos; yo puedo, si quiero, traspasar la médula; ahí donde no llega nada, ahí donde se forman tus ideas, tus sentimientos, tus más profundos y secretos pensamientos. Estoy donde no me ves, dentro de ti, me tienes presente a donde vayas, tan cerca y sin poder encontrarme. Me miras y no me encuentras sentido, no te das cuenta de que soy un reflejo de tus propias entrañas, una copia fiel del código que forma cada una de tus células.

Y así, como te he encontrado, así me tienes con ojos llenos de ti, cuando ya no puedo ser más que lo que tú llevas dentro y no me atrevo a querer ver más. Cada vez que me enfrento a tu carne, tus músculos y cada tejido hasta llegar a la piel, me encuentro con mi imagen descubierta, con mis ojos llenos de sangre y mi dolor enrollado detrás de la cabeza.

...

Hoy tú te has atrevido a mirarme a los ojos y a ver dentro de mí. Ya no hay forma de esconderse, porque puedes ver la carne, la sangre, los huesos y la médula; puedes verlo todo. Y así como yo huyo de los amasijos de grasa y los sacos de hueso, así temo que me descubras como un gran nudo de arterias que drenan tristeza. Me encuentras y me encuentro patética, desarmada; si no puedo ser sólo yo la que ve dentro de todos, ya no me queda nada.

El amor contigo, Sietesoles, es un encuentro de nuestra única desnudez. No existe ni queda pudor cuando estás aquí.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Chau adiós

"Son tristes las despedidas", escuché decir al borracho que trataba de disimular la pena redundando en lo obvio. Pero ¿por qué lo son? Hoy me he sentado a darle vueltas a esta idea, quizá para dejar de lado mi propia tristeza. Y en esa búsqueda sin sentido -que es querer arrimar con calzador en el cerebro lo que sólo concierne al corazón- he llegado a la conclusión de que las despedidas son una toma de conciencia de nuestra propia finitud.

Cuando alguien a quien queremos se va, perdemos el horizonte de su propia existencia. En el fondo, seguimos atrapados en ese periodo de la infancia en el que sólo creemos que algo existe porque podemos verlo. En el momento en que dejamos de hacerlo, simplemente desaparece de nuestra experiencia presente. Por eso asociamos esta idea con la de la muerte, nos "despedimos" de algún ser querido cuando éste muere. Y por eso, aunque queramos escapar de nuestra cursilería, sentimos tristeza en mayor o menor grado.

Despedirse es también hacerse consciente del propio cuerpo, ya que es el único del que no nos podemos separar hasta que llega la gran despedida. Y también nos hace mirar alrededor para concluir que quienes están dentro de nuestra vida no son tan imprescindibles como los que ya se fueron. Porque los que no están pasan a ser algo más que una experiencia: se transforman en anhelo.

Despedirse es hacer un repaso por todas las buenas vivencias que no son; las que fueron con aquel que parte. Las mismas que ya no podrán ser. ¿No es triste darse cuenta de que lo dulce, lo feliz, lo espontáneo no se repite? ¿No caemos en la cuenta de que la felicidad es pasajera? ¿en la propia consciencia de muerte? Lo bueno termina o discurre, se transforma, pero nunca es estático. Cada experiencia pasada tuvo su propia despedida. Y por eso existe la nostalgia.

martes, 23 de septiembre de 2008

Nota sobre el autor

En un sincero, pero fallido intento por estar bien conmigo misma, acabo molestándome con él, con el resto, con el mundo. Me paso el día quejándome de los nuevos tiempos, de la gente y su manera estúpida de conducirse, de los estándares impuestos por la sociedad sobre lo que es el éxito; todo para sentirme especial. Pero al final, me veo reducida a este pedacito de mí, sintiéndome todavía la gordita buena gente del salón y quizá también una especie de esnob, insulsa arrogante que ve todo por encima del hombro.

A veces los desprecio, pero la verdad es que quisiera ser también un poco como ellos. Como todos los idiotas de mi generación que disfrutan publicando en internet sus fotos en paisajes alucinantes, haciendo cosas que nadie hace o simplemente exhibiendo un buen bronceado. Quisiera ser ellos, pero los odio. Y también quisiera ser esa devoradora de libros que conoce todos los nombres de todos los rusos del mundo, que puede nombrar hasta quince (¡!) ensayistas mujeres y encima entender disertaciones literarias entre sanmarquinos. Pero la verdad es que eso también me disgusta.

Quiero ser un extremo o el otro. O no quiero ser ninguno de los dos. Y cuando descubro una leve tendencia hacia alguno de los bandos, inmediatamente paso a ser detractora. Empiezo a tener la sospecha de que, en realidad, sólo me caigo mal a mí misma.