jueves, 25 de septiembre de 2008

Chau adiós

"Son tristes las despedidas", escuché decir al borracho que trataba de disimular la pena redundando en lo obvio. Pero ¿por qué lo son? Hoy me he sentado a darle vueltas a esta idea, quizá para dejar de lado mi propia tristeza. Y en esa búsqueda sin sentido -que es querer arrimar con calzador en el cerebro lo que sólo concierne al corazón- he llegado a la conclusión de que las despedidas son una toma de conciencia de nuestra propia finitud.

Cuando alguien a quien queremos se va, perdemos el horizonte de su propia existencia. En el fondo, seguimos atrapados en ese periodo de la infancia en el que sólo creemos que algo existe porque podemos verlo. En el momento en que dejamos de hacerlo, simplemente desaparece de nuestra experiencia presente. Por eso asociamos esta idea con la de la muerte, nos "despedimos" de algún ser querido cuando éste muere. Y por eso, aunque queramos escapar de nuestra cursilería, sentimos tristeza en mayor o menor grado.

Despedirse es también hacerse consciente del propio cuerpo, ya que es el único del que no nos podemos separar hasta que llega la gran despedida. Y también nos hace mirar alrededor para concluir que quienes están dentro de nuestra vida no son tan imprescindibles como los que ya se fueron. Porque los que no están pasan a ser algo más que una experiencia: se transforman en anhelo.

Despedirse es hacer un repaso por todas las buenas vivencias que no son; las que fueron con aquel que parte. Las mismas que ya no podrán ser. ¿No es triste darse cuenta de que lo dulce, lo feliz, lo espontáneo no se repite? ¿No caemos en la cuenta de que la felicidad es pasajera? ¿en la propia consciencia de muerte? Lo bueno termina o discurre, se transforma, pero nunca es estático. Cada experiencia pasada tuvo su propia despedida. Y por eso existe la nostalgia.

1 comentario:

i r i s e s dijo...

Y de paso que muera el perro que te agarro cariño quien sabe porqué. Que mueran los posters de su cuarto (me quedé mil veces pegada en las imágenes que formaban una). Que mueran las tardes de televisión y hasta el televisor ese donde veían pobres huevadas.

Se muere todo, de paso él también.

Besos mi Jime, se le quiere, siempre.