viernes, 10 de octubre de 2008

Cualquier día (un día cualquiera)

Íbamos paseando por la calle, Diego y yo. Yo quiero mucho a Diego. Paramos en una de nuestras esquinas no-favoritas de nuestro distrito no-favorito y decidimos endulzar la boca. Compremos un churro, me dijo. Y a mí que me encantan los churros… pues dije que sí.

Dimos la vuelta a la esquina deslizando las lenguas por los respectivos labios para recoger hasta el último granito de azúcar. A los dos nos gustan mucho los churros. Y así, ensoñados con el manjarblanco y la esquina no-favorita del no-favorito distrito, pasamos frente a un quiosco de periódicos.

Diego me dice se me acaba de ocurrir una cosa. Cosa terrible la que se le ocurrió. Mientras caminábamos delante del quiosco, un auto con un conductor de esos apuraditos pasa a nuestro costado a toda velocidad. Entonces Diego, a quien yo quiero mucho, piensa que este carro veloz con un chofer poco conciente podría haberlo asustado más de la cuenta. Entonces, sin más ni más, se atora con el cilindro edulcorado que disfrutábamos con tanto gusto hasta entonces y, así, en medio de la calle, cae muerto por asfixia.

Al día siguiente, el titular del periódico del quiosco de la vuelta de la esquina no-favorita del distrito con la misma característica, rezaría el fatídico titular: “Muere por churro”.

2 comentarios:

i r i s e s dijo...

Siempre, igual que tu, alucino con que la gente que quiero se muere.
Espcialmente ese alguien a quien más quiero.

Se muere de forma trágica e inesperada. Y generalmente junto a mí: En mi cama, en mi mesa, mientras se baña en mi ducha. Yo lo veo morir y no puedo hacer nada para detener su sufrimiento.

Luego imagino las repercuciones de su muerte. Y hay días en los que hasta disfruto planificando posibles tipos de muertes.

Debe ser algo patológico... Lo mío por lo menos.

Besos.

Unknown dijo...

A veces,
demasiado
dulce,
empalagoso,
puede
ser
dañino.

saludos, agradable leerte.