Yo confieso…
Que no creo en todo lo que se me obliga a creer; que quiero
complacer y hacer felices a quienes amo, pero no logro convencerme de que todos
los pensamientos que desean imponerme sean verdaderos. Confieso que en nombre
de lo que yo considero es el amor a mí misma y a mi propia libertad he cometido
muchos de los que el supremo mandato de la iglesia católica nombra “pecados”, y
que aunque se me exija que los enumere con rubor delante de un sacerdote para
que me exculpe en nombre de Dios, estoy dispuesta a repetirlos una y otra vez,
cuantas veces sienta apetito y/o necesidad de hacerlo, simplemente porque me
amo y amo mi libertad de elegir. Confieso que mi espíritu es rebelde y soy
incapaz de creer que eso esté mal; quiero ser capaz de contradecir a quienes
integran el bando de los “buenos” y “malos”, solo con el objeto de ser fiel a
mí misma y a lo que yo considero que es mi propia moral; la única que, a fin de
cuentas, es la que me acerca legítimamente a Dios. Confieso que siento que
aunque no respete todas las leyes de la santa iglesia me siento más cercana al
amor divino porque vivo mi vida sin dañar a nadie, y hago un esfuerzo constante
por no lastimar a otros con mis acciones ni prejuicios. Yo confieso que sí
realizo examen de conciencia, y que creo en Dios también y no me avergüenza
decirlo; confieso que, aunque me pueda afectar emocionalmente, no me importa si
la mitad de la gente piensa que soy mojigata y la otra mitad pecadora sin
remedio, pues al final soy lo que soy y con eso me basta.
Debo confesar también que no creo pertenecer a ninguna comunidad
religiosa, pues no estoy de acuerdo con los preceptos arbitrarios que estas
imponen a sus fieles, haciéndolos caer en sentimientos culposos que impiden su
felicidad. Confieso que no creo en muchas convenciones sociales, y aunque
tampoco deseo ser una automarginada, solo quiero vivir con libertad, con
respeto, con amor a todo lo que me rodea y sin temor a sentir el flujo de mi
mundana/divina humanidad.
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